martes, 6 de julio de 2010

Editorial

Todo el Chile universitario, entre el año 2005 y el 2006, comenzó a repetir, irreflexivamente en algunos casos, una idea-fuerza que se instaló en el imaginario de profesores y estudiantes: la acreditación. Y es que esta acreditación venía acompañada de la calidad de la educación, componente que debía ser fiscalizado para el fortalecimiento del sistema de Educación Superior en Chile.

Sistema de aseguramiento de la calidad de la Educación Superior en Chile
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Qué es la acreditación


Por ejemplo, cuando podemos ingresar a un evento portando la credencial entregada por la organización es que estamos acreditados, es decir demostramos ser reconocidos como miembros adecuados para esa ocasión. Pero en el caso de la educación, ¿ser acreditado realmente demuestra que somos miembros adecuados para la sociedad? O mucho más claramente: ¿qué significa el concepto acreditación?

Las búsquedas en Google arrojan 530.000 resultados cuando escribimos “significado de acreditación”. El diccionario de la Real Academia Española nos dice lo siguiente: “Documento que acredita la condición de una persona y su facultad para desempeñar determinada actividad o cargo”. Circunscritos al régimen universitario, en la ley de acreditación o sistema de aseguramiento de la calidad de la educación, tal documento se expresaría en el título universitario que nos faculta para desempeñarnos como profesionales. Sin embargo Juan José Ugarte (jefe de la División de Educación Superior del MINEDUC), en una entrevista concedida al diario La Tercera, manifiesta explícitamente que la acreditación es un instrumento de marketing. En realidad a Ugarte no pone el énfasis sobre ello sino sobre el poco conocimiento sobre ese instrumento. Si la acreditación es un instrumento de marketing, el conocimiento será una mercancía y el titulo universitario daría cuenta de que accedimos a esa mercancía por los medios establecidos, entonces cuál vendría siendo la calidad de la educación, cuál es el tipo de conocimiento que estamos recibiendo, en realidad para qué nos estamos educando.

El conocimiento bajo la mesa


Por supuesto que el discurso que da cuenta de una sociedad del conocimiento es fundamentalmente ideológico. No hay tal sociedad del conocimiento (con suerte sociedad de la información), y algunos más optimistas prefieren llamarle sociedad de la información y del conocimiento, pero dónde está el conocimiento al momento de hablar sobre educación si cada uno de los conflictos y las propuestas van orientados hacia los mecanismos de financiamiento o reformas institucionales, pero no existe un atisbo de pretender una reforma al tipo de educación que se nos entrega. No pudiese parecernos extraño el resultado si contrastamos los programas curriculares y el destino de los egresados entre universidades como la UPLA y la Universidad Adolfo Ibáñez o de Los Andes; la reforma a la ESUP plantea, como crítica al sistema vigente, el peligro existente producto de las diferencias entre públicas y privadas: la solución es que sean todas privadas. Lo mismo ocurre a nivel municipal: la solución es privatizar todos los colegios. De ahí la necesidad del gobierno de promover un determinado número de colegios de excelencia que sirvan como promotor de la independencia estatal, de la autonomía en materia financiamiento y gestión, eso que en menos palabras se llama privatización.

La acreditación en la próxima reforma

El discurso es ideológico puesto que se busca, a través de éste, instalar un imaginario asociado a la importancia de la educación y de educarse, que en realidad persigue masificar el consumo de conocimiento, pues educarse cuesta plata y por lo mismo es rentable su producción. Incluso con la reforma han surgido propuesta tales como disminuir la duración de algunas carreras y terminar con el grado académico (que implicaría la necesidad de estudiar un postgrado) en función de fortalecer el grado profesional, lo cual se ha visto respaldado desde ya con la propuesta, en la mismísima Universidad de Playa Ancha a través de los estatutos orgánicos que se aprobarán en el mes de octubre, de incorporar a empleadores en las comisiones curriculares. Analizar y actuar en sociedad, en virtud de mejorar el bienestar del país aportando al fortalecimiento de políticas públicas, ya no es atractivo para el mercado. Primero, porque la tarea de diseñar políticas públicas en esa perspectiva, la asumen organismos gubernamentales y privados (entre ellos algunos universidades privadas de reproducción ideológica) que desde la producción de conocimiento y gestión administrativa, le aportan directamente a la creación de leyes. No es novedad que antes de cada ley de educación desde la Universidad Diego Portales y Adolfo Ibáñez, se publiquen libros con la orientación que posteriormente tomarán las leyes (donde Brunner es el maestro de ceremonia). Segundo, porque los profesionales encargados de pensar la sociedad y estimular su reproducción, los gerentes y dirigentes políticos de clase, provienen de universidades diseñadas para ellos, ahí donde se educan los cuadros técnicos, académicos y políticos de la clase dominante, además que por su procedencia social, tienen la posibilidad de pagar una educación verdaderamente de calidad. Como en una fábrica de chocolates, el raspado del suelo se transforma en chocolates de 10 pesos para quienes no tengan dinero para poder acceder a un chocolate de mejor elaboración (los testimonios de operarios de la Fábrica Costa dan cuenta de aquello).

En ese escenario es donde se ubica el estudiante común y corriente, ese que no entiende qué es la acreditación pero sabe que si su universidad no está acreditada, la tarea de encontrar trabajo será aún más difícil. Las condiciones de la acreditación deberán cumplirse: si estás dicen que los programas curriculares deben destinar menos horas al análisis y más horas al aprendizaje técnico, la universidad deberá cumplir con el mandato para poder acceder a su credencial y aumentar su prestigio, entrando a la loca carrera por conseguir fondos concursables para mantenerse en pie, además de poder subir con toda autoridad los aranceles, respaldando las medidas mercantilizadotas de la educación con el sello de garantía que dirá imponente en los frontis de los planteles universitarios: ACREDITADOS.

(Danilo Billiard)

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